martes, junio 14, 2005

Siempre Hacer lo Mejor

© José Antonio Vanderhorst-Silverio, PhD
Original 20 de diciembre, 2002
Actualizado 24 de abril, 2005

Hay un refrán muy arraigado en nuestra mentalidad empresarial y laboral que dice: “lo perfecto es enemigo de lo bueno”. Ese refrán es una buena medida para decidir sí hacer una tarea. Si decidimos con nuestra conciencia, siempre debemos hacer lo mejor que podemos, especialmente cuando nuestra tarea es sólo una parte del trabajo completo. Es una buena medida, porque al menos lo bueno es lo mínimo que debemos hacer. Sin embargo, al ser una apreciación subjetiva, la medida es muy relativa y por ello un mejor refrán sería “siempre hago lo mejor, si es mejor que lo bueno”.

“Lo perfecto es enemigo de lo bueno” hace que la apreciación subjetiva pueda invitar a la mediocridad. Muchas veces las personas no dan lo mejor que pueden dar y lo saben. Lo que muchos no reconocen es el efecto negativo que puede producir en su autoestima, en su capacidad o en ambas a la vez, ya que en la medida que pasa el tiempo, se les debilita la conciencia y van perdiendo la noción de lo bueno con relación a los nuevos progresos que acercan más lo bueno a lo perfecto.

Lo bueno es una referencia muy importante para decidir si debemos iniciar una labor. Si lo mejor que podemos hacer un trabajo es superior a lo bueno, debemos hacerlo. No obstante, si lo mejor que podemos hacer es inferior a lo bueno, debemos de inmediato buscar ayuda. La ayuda puede ser en educación, entrenamiento, tutoría empresarial (coaching) o simplemente pasar el trabajo a otra persona que lo pueda hacer mejor que lo bueno.

Contrario a dar tan solo lo bueno, “Siempre hago lo mejor, si es mejor que lo bueno” es un elemento para aumentar la productividad. La productividad se mide con el resultado realizado por unidad de tiempo. Según informes recientes de competitividad, en la productividad dominicana hay mucho espacio para mejorar.

Cuando hacemos una tarea inferior a lo bueno, posponemos una tarea que debería ser descubierta, pero que muchas veces pasa por desapercibida. Si es descubierta, puede pasar un tiempo precioso hasta que se detecte y se busque la persona que lo deba hacer, retrasando la fecha de conclusión real de dicha tarea. Peor aún si no lo es, porque reduce la calidad. La productividad en el primer caso es baja, pero la calidad se mantiene si se hace mejor que lo bueno en la segunda ocasión; en el segundo caso las dos bajan. El efecto en la competitividad va de mal a peor, de un caso al otro.

Peor aún, cuando el trabajo combinado de varias tareas es de inferior calidad. Así como el interés compuesto crece rápidamente cuando el interés mensual es elevado, así tan rápido se deteriora la calidad cuando el trabajo sucesivo de varias personas no es bueno.

El costo no es solo para la empresa, es también para los empleados que pueden perder su trabajo si a la empresa le va mal. En verdad, se trata de un círculo vicioso en el que cada vez que se da una vuelta, bajan la calidad, la productividad, la competitividad, la autoestima y la capacidad.

La competitividad que asocia la calidad y la productividad trae consigo dos supuestos básicos: “siempre hago lo mejor, si es mejor que lo bueno” supone que los empleados aportan además de la mano de obra, su pensamiento y su corazón, al mismo tiempo que supone que los empresarios los deben remunerar adecuadamente. Ese cambio de mentalidad se basa en el aumento de los beneficios, aunque no necesariamente en la reducción de los costos a corto plazo y sí los de largo plazo.

Por todo lo anterior, sugiero a las fuerzas productivas un cambio de mentalidad para pasar de “lo perfecto es enemigo de lo bueno” a “siempre hago lo mejor, si es mejor que lo bueno”. Con ello se generaría un círculo virtuoso, en el que cada vez que se da una vuelta suben la calidad, la productividad, la competitividad, la autoestima y la capacidad.

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