jueves, mayo 19, 2005

El cáncer haitiano

José Báez Guerrero

El asesinato de una mujer dominicana cuyo esposo también fue picoteado a machetazos alegadamente por varios haitianos en una comunidad fronteriza del Noroeste, fue la mecha que inició hace unos días violentas manifestaciones anti-haitianas que culminaron con deportaciones de decenas de inmigrantes ilegales, ante el temor de las autoridades de que fueran agredidos por enardecidas turbas que buscaban hacer alguna clase de justicia por sus propias manos.
El incidente ha servido para revelar el precario equilibrio en muchas comunidades de la frontera con Haití, donde hay comunidades en que los dominicanos son minoría. La virtual disolución del estado haitiano, cuyo territorio está ocupado por fuerzas militares multinacionales, ha propiciado que el flujo constante de emigrantes ilegales hacia la República Dominicana aumente.
No puede juzgarse la presencia haitiana en Santo Domingo de manera ligera. Los aportes de obreros haitianos a la industria de la construcción, en algunas faenas agrícolas, y hasta en el servicio doméstico, no están eficazmente medidos, y me parece que muchos dominicanos se sorprenderían de la importancia de esas cifras.
Pero si se pasa balance a cuánto aportan y cuánto restan, la triste conclusión es que Haití es un pesado fardo que retrasa el desarrollo nacional y dificulta nuestro progreso. Una parte significativa de los recursos del Estado dedicados a salud pública es consumida por haitianos que utilizan los hospitales públicos sin haber aportado nada al erario. La miseria haitiana deprime los precios del mercado laboral dominicano, y si bien ello abarata la mano de obra, también condena a millones de dominicanos a una pobreza aparentemente eterna. La carencia de educación de la mayoría de los inmigrantes haitianos hace que sea más difícil mejorar las escuelas en las poblaciones donde sus niños se integran a las escuelas públicas.
Hay otros efectos deletéreos. La industria dominicana, acostumbrada a exportar hacia Haití, donde son inexistentes los controles de calidad, se acomoda así a producir artículos que difícilmente puedan competir globalmente.
Políticamente, las tensiones internas de Haití siempre encuentran en territorio dominicano un teatro en el cual desarrollar sus dramas, creando situaciones incómodas que obligan al Gobierno a dedicar su atención, recursos y tiempo que bien pudieran tener mejor destino.
Ninguno de estos problemas haitianos son de hechura dominicana. Antes al contrario, el país que más haitianos acoge es este, y en ningún otro lugar del mundo, si se analiza fríamente, se les recibe tan generosamente como aquí, donde muchos llegan a hacerse o creerse dominicanos, casándose y estableciendo sus familias en esta parte Este de la isla, siempre tan amada por los haitianos desde su independencia.
Pero resulta que si bien los pueblos haitiano y dominicano, pese a la justificada desconfianza entre sus gobiernos, siempre han encontrado la manera de entenderse, allende la isla muchos de los verdaderos responsables históricos del descalabro de Haití quisieran que todo el peso de su aparente inviabilidad sea asumido por los dominicanos.
Y ello es inaceptable e imposible. No sólo no queremos, sino que aun si quisiéramos, no pudiéramos.
Por eso es tan preocupante que en Europa se estén levantando voces que sugieren que las recientes repatriaciones son una suerte de “limpieza étnica”, una frase que recuerda el conflicto serbo-croata o la guerra civil entre hutus y tutsis en Ruanda.
Puede que la comunidad internacional no sepa cómo ni qué hacer con Haití, pero posponer la solución a sus problemas sólo los empeora. Propugnar por un reenfoque del drama haitiano debería convertirse en una prioridad de la diplomacia dominicana.

j.baez@verizon.net.do
Publicado primero por el Listín Diario

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