Se le atribuye a Hernán Cortés el haber quemado sus naves en México para que nadie pudiera volver atrás en sus planes de conquista, pero la primera vez que tuve conocimiento de una hazaña semejante, la Historia se la atribuía a Alejandro el Grande, en el año 335 antes de Cristo.
Se dice que al llegar a las costas de Fenicia, Alejandro debió enfrentar una de sus más grandes batallas. Al desembarcar, comprendió que los soldados enemigos superaban en cantidad tres veces mayor a su gran ejército. Sus hombres estaban atemorizados, habían perdido la fe y se daban por derrotados.
Cuando Alejandro hubo desembarcado a todas sus tropas en la costa enemiga, dio la orden de que fueran quemadas sus naves. Mientras los barcos se consumían en llamas y se hundían en el mar, reunió a sus hombres y les dijo: “Observen cómo se queman los barcos.
Sólo hay un camino para volver a nuestros hogares, y es por mar. La única forma posible de regresar es si nos apoderamos de los barcos de nuestros enemigos”.
El ejército de Alejandro el Grande venció en aquella batalla y regresó a su tierra a bordo de los barcos conquistados al enemigo. Su ejemplo nos enseña que los mejores hombres no son aquellos que esperan las oportunidades, sino quienes las buscan y las aprovechan a tiempo, quienes asedian a la oportunidad, quienes la conquistan.
¡Cuántas veces la falta de fe, el temor y el estar atado a lo inseguro nos privan de conseguir nuevos éxitos, nos hacen renunciar a los sueños! ¡Cuántas veces la seguridad de poseer algo nos hace renunciar a la posibilidad de conseguir mucho más! ¡Cuántas veces lo que tenemos fácilmente a nuestro alcance nos impide crecer!
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